Ella decía - nomás llegas y sales corriendo atrás de ellos – y sí parecía borrego, por que sentía que sus obligaciones eran como un corral, un corral que no lo dejaba levantarse más tarde y comerse un plato con frijolitos y chile, no lo dejaba ir al río a bañarse y jugar con sus amigos a la pelota, o salirse a andar con Lalo o con Beto o con los dos juntos y tenía que ir a cuidar los borregos del tío Benito – pinche viejo ojete ni las gracias le daba – y llegaba hasta la una y nada más le daban tortillas duras con chile por que los frijoles ya se los habían comido sus hermanitos. Recordaba cuando iba a la escuela y como de regreso pasaba a ver a su Abuela Chole y ahí sí le daban un taco de frijoles y hasta a veces de barbacoa, cuando era viernes (era día de plaza) y sentía que aunque fuera de mal modo pero sabían ricos y no entendía que esa apuración por dárselos y que se fueran era porque no los querían, que solo era por obligación de buen cristiano de atarantar el hambre (por que eso sí su Abuela era muy devota de la Santísima Trinidad) y aunque fuera con mala cara se los daban y no sabía por que sentía que hubiera sido mejor que le preguntara ¿por qué no pasaste ayer? Te estuve esperando, ¿cómo están tus papás?, ¿ya comieron tus hermanos?, no dejes de venir, te extrañe. No nada de eso, solo entrar, saludar y oler ese guisado y al comerse ese taco de frijolitos imaginarse que era de carne de puerco con verdolagas y sentir como al caer en la panza esta gruñía de contenta (como su abuela) y así era como su panza mostraba su agradecimiento.
Que diferente era cuando tenía que ir con el viejo Joselo allá arriba en el cerro, cuando Don Joselo se iba a visitar a su hermano a Guanajuato y le pedía a su mamá que se lo prestara para cuidar sus animales allá, y como se ponía contento por que estaba solo y nadie le gritaba, ni le pegaban y hacía lo que tenía que hacer sin malos tratos y como se iba hasta allá arriba con los borregos y los bueyes y comía lo que juntaba: nopalitos, quelites, verdolagas, chapulines, hierba del venado. Y se sentía como gigante y todo lo veía desde allá arriba bien chiquito, y corría y saltaba y brincaba y cantaba y gritaba y se sentía como borrego, pero no como lo decía su mamá: un animal que no piensa; no, más bien se sentía como el borrego que solo él veía: limpio de corazón, libre, contento, feliz y sentía como el aire acariciaba su cara y despeinaba su pelo y veía como el sol de pronto se escondía en las nubes negras y como la lluvia caía y lo mojaba, pero le mojaba algo más que su ropa o su cuerpo, sentía como por dentro le llegaba algo tan refrescante algo que calmaba su sed, esa sed de sentirse libre y más corría y más gritaba contento sin importarle nada y como tomaba agua del charco de la cañada y como ahí mismo se bañaba y se sentía así, libre, como esos compañeros suyos cuando se abren las puertas del corral y se imaginaba que todo era suyo que podía ,si lo quería, volar, dando un gran brinco y cerraba los ojos y sentía que ese aire lloviznoso pasaba por debajo de sus alas extendidas sobre los cerros y podía verse a él mismo ahí abajo, brincando y llorando de contento y sintiéndose libre y sabía que no quería volver al corral, que su lugar estaba ahí, en lo alto, en la cima más alta y se comparaba con las nubes y oía a los grillos como tocaban su música y sentía el frío de la noche y le gustaba y veía como salía el sol muy temprano y se terminaba de despertar con una sonrisa…
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